
Al lado de mi casa en Caracas, casi todas las mañanas se escuchan las guacharacas con su cacareo incesante. Tengo esos recuerdos grabados en mi memoria como si fuera ayer. Parece mentira que ya tengo 12 inviernos viviendo en Boston. Hay veces que me pregunto, Como diablos termine aquí? Estamos a principios de Marzo y aquí la naturaleza todavía se encuentra en estado de latencia. Los árboles parecen tristes estatuas, grises sin hojas, estáticos como pidiendo auxilio. La tierra esta dura, compacta. Al lado de mi apartamento hay un pequeño lago el cual se encuentra absolutamente congelado. Si no fuera porque es ilegal, cualquiera pudiese caminarlo de un extremo al otro sin problema. Tengo un par de plantas en casa que sin duda agregan un poquito de clorofila y calor a mi pequeña morada. Sin embargo, confieso que cuando salgo cada mañana a trabajar y mis pulmones se llenan de aire gélido, siento como mi pecho se acongoja y me dirijo a vivir el resto de mi día con algo de resignación. La falta de luz tampoco ayuda. Como acá nos encontramos al norte, durante los meses de invierno, el eje del planeta hace que los rayos del sol nos rocen en ángulo. En otras palabras, no hay sol. El poquito sol que hay es tímido, débil y cuando te pega nunca te pica la piel...nunca.

Es curioso, aunque por lo general me siento afortunada de presenciar la magia de las estaciones de Nueva Inglaterra, gran parte de mi me dice que todavía representan algo extraño, ajeno y desconocido. Me siento como en otro planeta. Pareciera que mi inconsciente se rehusa a aceptar mi realidad actual y me tortura al recordar el mar y la arena. Bueno, que más puedo decir, soy caribeña y Boston en Marzo, se siente como Júpiter.
Playa Manzanillo, Isla de Margarita
Venezuela

No comments:
Post a Comment